jueves, 20 de diciembre de 2007

Conflictos en las familias: El dialogo como alternativa

RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS EN EL ÁMBITO FAMILAR:
Dialogos padres - hijos


Los conflictos forman parte inevitable de toda relación humana, dada la existencia de diferencias individuales, puntos de vista diferentes, objetivos e intereses distintos... En el seno familiar, en cuanto grupo social, las diferencias también generan desencuentros, que sin una gestión adecuada pueden originar verdaderas crisis.

Vamos a intentar superar la connotación negativa de este término para poder convertirnos en buenos gestionadores de conflictos y no evitadores de los mismos y así sacar el mayor partido a nuestras relaciones interpersonales.
Los conflictos no son necesariamente sinónimo de pérdida, enemistad, violencia, amenaza, desde este punto de vista es normal que en nuestro día a día intentemos pasar alejados de los conflictos e incluso los queramos esquivar, pero ¿no es cierto que evitándolos no conseguimos más que un aplazamiento momentáneo, que aunque logra eliminar nuestro malestar inmediato lo agrava en el futuro?

El conflicto puede estimular el cambio y el crecimiento o el desarrollo personal, puede plantearnos retos, motivarnos al cambio, puede despertar curiosidad y creatividad, puede profundizar relaciones por abordar temas difíciles, pero importantes. Puede ser en definitiva un medio que nos haga crecer individualmente y socialmente si sabemos gestionarlo, por ello una adecuada resolución de los conflictos en el ámbito familiar, no sólo permitirá mantener un clima adecuado y de confianza entre sus miembros, sino que permitirá aprender al niño/a maneras de afrontar dificultades futuras, que le harán madurar y crecer seguro.
Es cierto que si no se gestiona positivamente puede generar violencia entre los participantes, y que la incertidumbre hasta su resolución puede generar estrés y miedo que puede llegar a bloquear a la persona que se siente amenazada y por tanto a romper las relaciones si la catarsis no se gestiona positivamente. Por ello es de gran importancia adquirir habilidades para su correcto manejo.

Podemos distinguir fundamentalmente cuatro actitudes a la hora de afrontar el conflicto:

El modelo del más fuerte o competidor: “lo haremos a mi manera”, intenta imponer al otro su opinión, su manera de ver las cosas. Este estilo genera a la larga depresión y una baja autoestima en el otro, y una “obediencia” ejercida sólo ante la presencia del “autoritario”, lo que no lleva a un éxito real.
El evitador: busca evitar el estallido, la expresión abierta del conflicto. Prefiere huir, escapar del conflicto, pero a la alarga sólo consigue el deterioro de la relación, que nunca ve resueltas sus diferencias y explosiones aisladas de ira fruto de la frustración de no poder defender opiniones, gustos, derechos...
• El modelo “de la tirita” o del ”acomodaticio”: busca una solución rápida para salir del paso y no perder la relación, en el fondo es otro tipo de evitación, aparentemente hago frente al conflicto pero no es más que una cesión que obvia mis intereses reales, “vale, lo que tu digas”, consiente, se convence de que no es importante para poder tolerar, pero a la larga impide su crecimiento y puede llegar a generar dependencia de los demás y frustración.
El modelo del ”colaborador”, se muestra interesado tanto en salvar sus intereses como en salvar la relación, intentando buscar una solución mutuamente beneficiosa “los dos podemos ganar, yo quiero...dime tú lo que te interesa”, examina junto a los otros los pros y los contras de los distintos puntos de vista para intentar complacer a todos. En extremo puede paralizarse la toma de decisiones por un excesivo análisis, pero es la más adecuada. Es importante poner límites y llegar a soluciones.

Estos modelos pueden tener su paralelismo en tres estilos educativos diferentes (Musitu y Gutiérrez, 1984).

Inductivo: centrado en el razonamiento y la comprensión
Coercitivo: centrado en la fuerza física o verbal
Estilo negligente: centrado en la permisividad o la dejadez.

Estilos que, como ya vimos por ejemplo en el caso del acoso escolar, influyen notablemente en la formación de actitudes, características, comportamientos y autoestima de nuestros hijos/as, y por tanto determinan su desarrollo.
Así pues, parece claro que los déficit de habilidades de los miembros de una familia para resolver sus conflictos y problemas pueden ser una fuente importante de desorden en la misma. Una estrategia democrática de solución de problemas donde todos los miembros aporten posibles cauces para solventar los conflictos, teniéndose en cuenta las diversas opiniones, es muy positiva para toda la unidad familiar, pues no sólo se obtienen un mayor número de soluciones alternativas sino que todos los miembros se sienten implicados sin que medie ninguna imposición autoritaria, lo que aumenta la probabilidad de cumplimiento por todas las partes y genera una satisfacción mayor.

Los posibles pasos a seguir al establecer en común la estrategia de solución son:
Dialogar entre todos hasta llegar a una definición descriptiva, lo más concreta posible y consensuada del problema. Ello permitirá una búsqueda de soluciones concretas y evaluables por todos, y no sujetas a interpretaciones o valoraciones que aumentarían el conflicto

- Confeccionar un amplio listado de posibles soluciones sin que medie un juicio sobre la bondad o dificultad de cada una. En ocasiones el centrarnos sólo en una o dos alternativas impide considerar soluciones creativas, y nos lleva a entrar en un pensamiento circular del que es difícil salir.
Se debe aprender a proponer soluciones positivas y no a usar la crítica como arma destructiva

- Evaluar cada solución de las aportadas, puntuándolas de 0-10 en función de los costes y beneficios que nos supondrían, y seleccionar aquellas que entre todos se consideren como las más viables.

- Planificar los pasos que cada miembro de la familia debe dar para alcanzarla, concretando fecha, lugar, medios necesarios...

- Final mente evaluar los resultados, los éxitos parciales o totales, volviendo a repetir el proceso en caso necesario, analizando las dificultades que han impedido llegar a los objetivos establecidos.

La Necesidad del diálogo padres-hijos
Cuando sólo se usa el lenguaje verbal hablamos de diálogo. Y este se da por dos formas extremas: por exceso o por defecto. Ambas, provocan distanciamiento entre padres e hijos. Hay padres que, con la mejor de las intenciones, procuran crear un clima de diálogo con sus hijos e intentan verbalizar absolutamente todo. Esta actitud fácilmente puede llevar a los padres a convertirse en interrogadores o en sermoneadores, o ambas cosas.

Los hijos acaban por no escuchar o se escapan con evasivas. En estos casos, se confunde el diálogo con el monólogo y la comunicación con la enseñanza. El silencio es un elemento fundamental en el diálogo. Da tiempo al otro a entender lo que se ha dicho y lo que se ha querido decir. Un diálogo es una interacción y, para que sea posible, es necesario que los silencios permitan la intervención de todos los participantes.

Dialogar también es Escuchar
Junto con el silencio está la capacidad de escuchar. Hay quien hace sus exposiciones y da sus opiniones, sin escuchar las opiniones de los demás. Cuando eso sucede, el interlocutor se da cuenta de la indiferencia del otro hacia él y acaba por perder la motivación por la conversación. Esta situación es la que con frecuencia se da entre padres e hijos. Los primeros creen que estos últimos no tienen nada que enseñarles y que no pueden cambiar sus opiniones. Escucha poco a sus hijos o si lo hacen es de una manera inquisidora, en una posición impermeable respecto al contenido de los argumentos de los hijos. Esta situación es frecuente con hijos adolescentes. Estamos ante uno de los errores más frecuentes en las relaciones paterno filiales: creer que con un discurso puede hacerse cambiar a una persona.

A través del diálogo, padres e hijos se conocen mejor, conocen sobre todo sus respectivas opiniones y su capacidad de verbalizar sentimientos, pero nunca la información obtenida mediante una conversación será más amplia y trascendente que la adquirida con la convivencia. Por esto, transmite y educa mucho más la convivencia que la verbalización de los valores que se pretenden inculcar. Por otro lado, todo diálogo debe albergar la posibilidad de la réplica. La predisposición a recoger el argumento del otro y admitir que puede no coincidir con el propio es una de las condiciones básicas para que el diálogo sea viable. Si se parte de diferentes planos de autoridad no habrá diálogo.
La capacidad de dialogar tiene como referencia la seguridad que tenga en sí mismo cada uno de los interlocutores. Hay que tener presente que la familia es un punto de referencia capital para el niño y el joven: en ella puede aprender a dialogar y, con esta capacidad, favorecer actitudes tan importantes como la tolerancia, la asertividad, la habilidad dialéctica, la capacidad de admitir los errores y de tolerar las frustraciones.
Cuando existe la comunicación en una familia, seguramente se puede afirmar que existe un compañerismo, una complicidad, y un ambiente de unión y afecto en la casa. Habrá sobretodo un respeto mutuo y unos valores más asentados. Sin embargo, crear este clima de comunicación en la familia, no es así una tarea tan facil. Hay que ayudar a los hijos con prácticas, es decir, que los padres introduzcan mecanismos que faciliten la comunicación.

Pequeños consejos para mejorar la comunicación entre padres e hijos
- Al dar una información, busca que siempre sea de una forma positiva.
- Obedecer a la regla de que "todo lo que se dice, se cumple".
- Empatizar o ponernos en el lugar del otro.
- Dar mensajes consistentes y no contradictorias.
- Escuchar con atención e interés.
- Crear un clima emocional que facilite la comunicación.
- Pedir el parecer y la opinión a los demás.
- Expresar y compartir sentimientos.
- Ser claros a la hora de pedir algo.

No hay comentarios: